A propósito de la fórmula


Estos últimos dos años me he enfrentado a retos empresariales, políticos, familiares que han cambiado mi vida en 180 grados, al punto de tener que replantearme muchas de mis creencias.  Sin temor a equivocarme, el reto más grande ha sido volver a ser madre después de haber pasado 8 años de mi último bebé, había olvidado el bombardeo moral y publicitario al que vivimos expuestas las madres y las embarazadas. José Guillermo, mi bebé, nació prematuro, eso lo hizo, en principio, vulnerable.

No se imaginan lo decidida que estuve a amamantarlo, a pesar de saber, por experiencia, lo exigente que es alimentar a un bebé. Eso me hizo enfrentarme a otro reto, el que tienen todas las madres que también son emprendedoras: El tiempo. Para que una madre se mantenga al día con los horarios de alimentos de un bebé, debe estar presente físicamente de manera continua durante semanas. Toma de 15 minutos a una hora extraer suficiente leche para una sesión de lactancia. Sumado a eso, el sacrificio de sus propias actividades alimenticias que se debe tener al lactar. Esos datos se reflejan en las estadísticas mundiales, pues según la Organización Mundial de la salud (OMS) solo el 44% de los bebés menores de seis meses se alimentan exclusivamente con leche materna.

Estos retos nos llevan a considerar optar por otras opciones que puedan ayudar a sortear esas situaciones, como la fórmula. Es por eso que me resultó muy interesante el informe presentado en febrero pasado por la OMS y UNICEF sobre “cómo influye la comercialización de la leche de fórmula en nuestras decisiones sobre la alimentación infantil”. Leyéndolo descubrí que existen, por lo menos, dos razones por lo que sentirse triste por esa noticia:

La primera es de salud. Según este, los mensajes que reciben los progenitores y el personal de salud “suelen ser engañosos, ajenos a la ciencia y contrarios al Código Internacional de Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna”. Estos mensajes llegan rápidamente a las madres a través de obstetras, parteras y sitios web de asesoramiento. El mensaje es simple y poderoso: Mis productos le hacen bien a tu hijo. En mi idioma se traduce a que el 56% de las madres del mundo no saben qué les dan a sus bebés, haciéndolos vulnerables. Años y millones de niños después no sabemos qué tan segura son las llamadas “fórmulas”.

La segunda es económica. El informe dice que mientras las tasas mundiales de lactancia materna han aumentado muy poco en los últimos años, las ventas de leche se han duplicado en el mismo tiempo. No hablamos de poco dinero, los fabricantes de esos productos reportan US$ 55,000 millones en ventas, con objeto de influir en las decisiones que toman los padres y madres relativas a la alimentación de sus hijos. Es triste, pues hay toda una industria haciéndose ricos a costa del engaño, presión, chantaje y violando los códigos internacionales, autoridades sanitarias y demás.

De todo esto, solo puedo pensar en mis compañeras y futuras madres, pues esta realidad nos hace enfrentarnos a un nuevo reto, que se supone la industria médica y los avances nos harían sortear. Cuando mi hija Karla era recién nacida acepté lo que se recomendaba en el momento: amamantar era de suma importancia y lo correcto. Hoy veo que no me equivoqué. A pesar de que, dada mi situación, es probable que fuera moralmente mejor usar fórmula.

 

Por: Kimberly Taveras Duarte